Se apellidaba Domenech, y sus lentes sin montura, sobre un bigote caído hasta el mentón, remarcaban el cierto aspecto excéntrico que proyectaba la exoftalmia de sus ojos. Fuimos compañeros de un trabajo en el que milité en un tiempo tan remoto que se antoja ya de otra vida, allá por el año de Nuestro Señor de 1976. La aparcaba cada tarde, al comienzo de la sobremesa, sobre aquella acera de la calle Parlamento, en un barrio barcelonés tan vivo y popular como el de El Paralelo. Voluptuosa y callada, plantaba las dos patas de su caballete sobre la amplitud de aquella acera, en un rincón que había hecho suyo hasta el punto de que el decorado de la calle, y diríase que los propios vecinos, la echaban de menos cada mañana y cada fin de semana. Yo aparcaba siguiendo su línea, en perfecta formación castrense, mi Guzzi Lario 110, un modelo de estética imposible que había rescatado de un desguace con 7.000 pesetas de mi primera nómina. Sí, mi primera moto en propiedad, que había comprado con mi dinero, que, a su vez, había ganado trabajando. Así pues, aquella Lambreta, de sobrio blanco y gris señorial, se presentaba cada tarde delante de mis anhelos como el peldaño siguiente en la sería más adelante, y para siempre, la jerarquía más pasional de mi vida.
Una tarde surgió un recado imprevisto y sobreactué delante de Domenech, escenificando una imperiosa necesidad por atenderlo, precisamente, con mi Guzzi convaleciente de uno de sus seniles achaques –creo que aquél fue el definitivo-. Mi compañero de entonces, ejemplo de generosidad donde los haya, me tendió la palma abierta de su mano con las llaves de su Lambretta sobre ella.
Al dejar caer mi peso sobre la palanca de arranque, escuché al instante el rumor cadencioso de aquel motor de 150, ya antiguo en aquel año; y al bajarla del caballete, a horcajadas sobre ella, tuve la sensación de estar botando un gran navío. Así fue, porque a continuación, su paso por los diez metros mal contados sobre la acera me hizo sentir gobernando un barco en su maniobra para salir del puerto. Luego, un viaje hasta Casteldefells, ida y vuelta, casi 40 km que en aquella época representaban una travesía en moto, toda una experiencia viva y deliciosa, grabada en un momento influenciable de mi vida, que ha quedado en el recuerdo para siempre.
Nunca más volví a conducir una Lambretta. Las tuve como rival intratable, eso sí, montando un motor de Bultaco, en las subidas en cuesta que participé con una Vespa: Montserrat y..., no, no me acuerdo de cuáles más; pero desde aquella tarde de 1976 no volví a conducir una..., hasta ahora.
Muchos, una multitud, hemos tenido una experiencia con uno de estos scooters, y todos, la relacionamos con alguien de nuestro pasado, porque ¿quién no guarda algún recuerdo, incluso familiar, con una Lambretta?
La cuestión es que no pruebo habitualmente scooters de 125, y, si me permite el lector por una sola vez, y sin que sirva de precedente, publicaré mis preferencias diciendo que no me gustan, que no me siento libre con mi peso y mi tamaño sobre ellos, y así resulta muy complicado inspirarse para escribir un texto que haga llegar con fidelidad al lector las sensaciones que transmite.
Sin embargo, esta Scomadi 125 –permítame de nuevo el lector- se presenta como una distinguida excepción, como otro claro motivo más para hacer literatura de la moto, incluso, esta vez, en el mundo práctico y funcional, frío y aséptico del scooter.
¿Carencias?
Empecemos por la parte menos simpática. Sí, empecemos..., pues con lo que podría echar en falta cualquier usuario que busque, principalmente, el sentido práctico de esta Scomady 125:
-No monta caballete lateral. Es obvio que, de hacerlo, quebraría la estética, representaría una protuberancia sobresaliendo de la estilizada silueta original que recortaba la antigua Lambretta. En su lugar monta un caballete central muy estable que es todo facilidad a la hora de subir la Scomady 125 sobre él, y que queda muy recogido, perfectamente disimulado, cuando va replegado.
-No hay hueco para el casco bajo el asiento. La estrechez del conjunto, otra vez para calcar la línea original de su ancestro, hubiera dejado un espacio tan angosto que cabría poco más que una chichonera. La marca ha optado por montar un generoso depósito, dotando a la Scomadi de una autonomía inédita en su categoría. Por otro lado, la disponibilidad de carga se ha delegado en un cofre tras el escudo, como en la antigua, y en una parrilla cromada tras el asiento.
-El asiento es ciertamente duro, una opción que no incomoda a un tipo como el que subscribe, con el trasero hecho callo a base de miles de kilómetros, pero comprendo que con un usuario práctico encima, sí lo puede hacer. Vaya en su descarga que con este asiento de escaso espumado, uno se siente mejor afianzado a la Scomadi 125, lo que facilita mucho los eslálones continuos que nos obliga a hacer el tráfico cotidiano, si queremos sortearlo.
-La luz del faro es bastante pobre, un detalle bien distinto de los otros por no encontrarle ninguna justificación, más aun con la tecnología que ofrece hoy día el mercado. En su descarga, también, se debe de tener en cuenta que no es tan trascendental como pudiera suceder en otros modelos, dado que este scooter es de corte exclusivamente urbano, transitando por calles, en la inmensa mayoría de los casos. con suficiente iluminación.
-Sí cabe destacar la viva intensidad con la que el piloto trasero proyecta su luz sobre la atención de los conductores que nos alcanzan por la retaguardia, algo mucho más crucial en un scooter de sólo 125.
-Por otro lado y para compensar estas carencias, que no son más que un tributo a la fidelidad para con la antigua Lambretta, esta Scomadi aporta un recurso que hace décadas cayó en desuso y que no por ello ha perdido todo su valor. El arranque se hace de forma automática, como en cualquier moto de hoy día, pero además está apoyado por una palanca perfectamente acoplada en el conjunto de motor, cuando va replegada, y que funciona muy bien.
Prestaciones
La aceleración está muy conseguida. Incluso con un tipo de mi peso –es como si fuéramos dos-, la salida de la Scomadi 125 resulta suficientemente efectiva para escapar de la jauría sobre cuatro ruedas que siempre nos acecha. El motor empuja muy bien hasta los 50/60 por hora; luego, como es lógico, se va desinflando hasta alcanzar su velocidad máxima, que se sitúa justo al filo de los cien. Y ese límite, desconozco si de una forma premeditada, está fijado en la justa línea de lo que da de sí una geometría obligada, otra vez más, a respetar las cotas y arquitectura de la antigua Lambreta. Más allá de esa velocidad, la Scomadi 125 empezaría a vibrar, adelante y atrás, inquietando la plácida conducción a la que invita.
La Frenada
Es sencillamente fantástica en ambos trenes. El trasero, dada la longitud de esta reencarnación y todo el peso que carga atrás, retiene muchísimo antes de que el neumático proteste deslizando, e incluso, cuando lo hace, mantiene con facilidad una trayectoria rectilínea, sin atravesarse así como así.
En cuanto al delantero, sorprende por su efectividad, no ya de su mordida, sino por la forma en que una suspensión tan limitada es capaz de contener toda la inercia de la retención. Me costó bastante más de lo que imaginaba hacer tope con ella, y siempre de manera brusca, prácticamente, buscándolo con un manotazo.
Instrumentación
Es sorprendente cómo se puede comprimir tanta información visible, incluso con una presbicia de dos dioptrías. La velocidad, recogida en los dígitos más grandes, se ve rodeada por la escala en segmentos del cuentarrevoluciones y escoltada a la derecha por el nivel de combustible, empleando la misma muestra gráfica. Debajo del display y en un sector negro y opaco, resaltan los testigos luminosos, bien visibles cuando lucen a pesar de su diminuto tamaño.
Se echa en falta, puestos a pedir, un reloj horario en lugar del cronómetro que alterna su aparición con los contadores de kilómetros.
El Impacto Social
Tengo que decir que ha representado una verdadera sorpresa. En los modelos de moto que basan en la estética tal vez su mayor atractivo, siempre hago la sencilla prueba de observar la reacción de los transeúntes que pasan delante de la moto mientras estoy tomando un café y escribiendo unas líneas. Para esta Scomadi 125, la verdad, no había previsto nada parecido y al final tuve que hacerlo obligado ante la evidencia de que llama poderosamente la atención de todo tipo de público. Así, desde la cristalera del bar pude ver cómo una mayoría de viandantes giraban la cabeza para contemplarla, tanto los niños como los jubilados, pero sobre todo las mujeres, prácticamente de cualquier condición, y los varones de mediana edad. Visto el éxito entre las féminas, hice un sondeo hasta donde alcanzan mis posibilidades, tanto en vivo y directo como a través de una fotografía enviada. La exclamación de ellas puedo decir que resultó unánime: “¡Qué mona!” La reacción de ellos, en cambio, derrotaba hacia el lado nostálgico, y al bohemio y romántico también, haciendo, llegado el caso, preguntas un poco más explícitas sobre la Scomady 125, su origen y su razón de ser.
Finalmente, la guinda la puso una escena que viví en la línea de un semáforo cuajado de coches, con el paso acelerado de un río de peatones delante de mí. Uno de ellos, enjuto y cuarentón, se detuvo en seco unos metros antes de alcanzar mi altura. Se agachó ligeramente y torció la cabeza como si buscara la perspectiva exacta para contemplar un cuadro cubista. Poco a poco adelantó el paso sin dejar de mantener la mirada clavada sobre la Scomadi 125 con los ojos exaltados. Rebasó mi altura un par de metros para no dejar ningún ángulo desde el que contemplarla, y finalmente me interpeló con voz ansiosa: “¿Dónde, dónde la venden?”.
Conclusión
Si buscas el lado puramente práctico de un scooter, la Scomadi 125 no es, precisamente, el modelo que más te puede ofrecer en ese aspecto. Pero si quieres que la música de los Who, y con ellos todo el rock de los setenta llame a las puertas de tu imaginación cada vez que te subas a esta reencarnación, si el anhelo por vivir una opereta roquera vibra en tu corazón, y en definitiva: Si quieres vivir un sentimiento de tribu urbana, no hace falta que vistas una amplia gabardina ni que calces unos zapatos con gruesa suela de goma, basta con pulsar un botón sobre el puño derecho de este Scomadi 125..., y a correr.
Tomás Pérez www.super7moto.com 
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